DRA. PATRICIA TOVAR
La relación entre cultura-agencia-conciencia-otredad, encarna la complejidad de lo dialógico. Para acercarnos a esta complejidad es necesario recordar y repensar los aportes de Bajtín[1] quien propuso y entendió la dialogicidad como un acto bilateral de cognición, esta acción se sitúa en un contexto y establece la posibilidad de entendernos como seres inacabados, siempre en movimiento. El diálogo es la experiencia de existir en relación a lo otro, a la respuesta que mis actos generan, a mi manera particular de incidir en el mundo, al existir, al comunicar, al actuar, al crear, al decir. Podemos entender al proceso dialógico como un proceso de co-creación y de vulnerabilidad, una manera de reconocerse con el otro. A partir de la triada descrita por Bajtín: yo para mí, yo para el otro, el otro para mí; la existencia propia es siempre abierta, nunca definitiva o cerrada. De tal manera que el sentido cambia y se actualiza a través del diálogo; tanto en la cultura como en el proceso dialógico ocurre la historia de mi autoconciencia y el papel que el otro desempeña en ella. Si pensamos la memoria desde un punto de vista dialógico, nos encontramos con la posibilidad de una transfiguración continua del pasado, el cual se libera, deja de ser estático. Al concebir la complejidad como aspecto fundamental de la cultura y al diálogo como la posibilidad de generación de sentido y de transformación del ser por el otro, estamos hablando de la posibilidad de transcender las ideas monolíticas tanto de la identidad como del conocimiento. La cultura entonces como un diálogo inacabado genera complejidad y creatividad. La cultura como la vida humana es un diálogo inconcluso. Vivir, desde un punto de vista antropológico y bajtiniano es participar en un diálogo.
Me parece fundamental reconocer los aspectos dialógicos tanto de la investigación como de la creación artística. En el campo de la Antropología, James Clifford propuso entender el texto etnográfico como de “autoría múltiple” y de ese modo reconocer la polifonía de voces que habitan el saber antropológico, pero también hacer visible un conocimiento situado, basado en la interacción, emergente y complejo. Alfred Gell, propuso mover la atención hacia la matriz de relaciones que hace posible el surgimiento de una manifestación artística, más allá de pensar en el autor de una obra. Su teoría, también inconclusa, nos permite comprender la agencia del arte a partir de las respuestas que desencadena y de su participación en el entramado social, generando sentidos, interpretaciones, acciones, otros artefactos, relaciones múltiples. De tal manera que, es posible pensar el proceso artístico y la producción de sentido como una manera de encontrarse con el otro, de enlazar las miradas y de pensar en el arte no como objeto sino como el proceso capaz de movilizar significados en un contexto determinado, como el encuentro de interpretaciones y como una construcción de situaciones[2].
Propongo, entonces, comprender e investigar la posibilidad de unir la ciencia y el arte. Trabajar entre la Antropología y el arte como pares iguales, para cuestionar y para conocer, reconocernos y reinventarnos. Esta posible unidad entre el arte y la antropología, comparte la idea de una “observación-abducción” como uno de sus vehículos principales de investigación, donde la intuición se integra a la mirada y la abducción se torna en el camino para el descubrimiento y el asombro. Peirce concibió a la abducción como un procedimiento del pensamiento que produce emoción e integra la imaginación y la memoria. Al generarse un bucle entre conocer y crear, entre pensar e imaginar; se entrelazan también: memoria, aprendizaje y la revelación de la persona, de su singularidad. Unir ciencia y arte, es un acto subversivo dado que se abre paso a la posibilidad del movimiento en las identidades y la renovación del sentido. La cultura como un entramado complejo, inestable, inacabado, permite romper con los símbolos estáticos de las naciones y las formas centralizadas de poder.
Hay que pensarnos como seres dialógicos, en constante cambio, poseedores de una agencia, de una fuerza propia, libres del peso de las estructuras, abiertos a la posibilidad de recrearnos y de responder a los dispositivos de poder.
En este sentido, los proyectos presentados en este primer número de la revista RIO-LATIR, parten de un cuestionamiento de la idea de autor, replantean la agencia del artista y exploran diversas posibilidades de investigación y de creación conjunta.
[1] Se puede revisar la obra de Mijaíl Bajtín, particularmente Estética de la creación verbal, Yo también soy.
[2] Hay en esta afirmación una resonancia tanto con los postulados situacionistas como con la idea de una estética relacional.