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Laura Comatelli
¿Qué es el mundo que nos rodea sino la representación material de nuestra experiencia en él? ¿Cómo habitamos el mundo y desde qué experiencias nos construimos? ¿Cómo transfiguramos la memoria individual en memoria colectiva y viceversa? ¿Cómo narramos esa memoria y la tramamos con otras memorias para generar nuevas significaciones en el acto de recordar?
El proyecto “Transfiguraciones de la memoria” surge de pensar en un objeto común y las experiencias del ser contenidas en él. En este caso son las sillas como objetos de uso común, en sus múltiples acepciones, las que activan los mecanismos de las memorias a partir de las cuales se desprenden las diversas narrativas que permiten analizar cuestiones vinculadas a las nociones de tiempo y espacio, y la potencialidad que tiene el arte para extraer de lo cotidiano la experiencia particular de lo acontecido.
Desde una mirada antropológica somos materia inmersa en materia que convive con materia. Una redundancia inexorable entre sujeto-objeto, objeto-objeto, sujeto-sujeto, objeto-sujeto que se inventa, se re-inventa, se interpela. Una reafirmación constante de nuestra existencia en el mundo y en el universo material y vivencial que construimos a cada instante. En este sentido los objetos adquieren significación en tanto pertenecen siempre a una trama cultural que los aloja (Broncano, 2008:19) y en esa significación no puede existir otra cosa que no sea la experiencia de un uno y un otro que a partir del lenguaje los enuncie, y les otorgue identidad, en medio del cúmulo objetual al cual pertenecen.
Las cualidades de los objetos podrían definirlo, y es, sin embargo, la mirada de quien ve, y la palabra de quien narra, lo que hace de él algo único, irrepetible y en términos de memoria irremplazable al recuerdo y a la experiencia.
Solicité a mis contactos que me enviaran una fotografía de alguna sillaque resultara significativa para ellos y que me contaran por qué la habían elegido. Historias de infancias, de batallas con enfermedades, de acontecimientos familiares, reuniones con amigos, incluso fotografías sin epígrafes o por el contrario, relatos que describían al objeto sin imagen. Pude entrever que los objetos no solamente nos narran a nosotros, el mismo objeto que nos narra convoca a otro para narrar, para contar y para enunciar una verdad. Una verdad múltiple y bella que emerge de un cotidiano naturalizado que sin la interpelación directa del pensamiento pasa desapercibido, invisible para todos, evocando la memoria casual de quien ve al pasar surgir ese acto memorial que le otorga significado y le desprende temporalmente de la trama común objetual en la que se construye. Ahora ya no es solamente una silla, es la silla que usaba alguien en particular, y en este sentido le narra, le evoca, le devuelve la presencia aún en la ausencia del ser. Irrumpe del objeto, y de la enunciación del lenguaje, la esencia de quién ha sido y vuelve a ser en ese preciso momento de la memoria materializada en la proyección del lenguaje.
Se puede decir, entonces, que los objetos nos pertenecen. No solamente porque los hemos comprado, nos pertenecen cuando han sido regalados, aún cuando no sean nuestros, cuando son de otros. Nos pertenecen, si lo pensamos, por el sólo acto de generar en nosotros una sucesión de recuerdos que evocan la memoria del objeto y los sujetos. Ellos habitan nuestra memoria, y ésta nos pertenece. Recordamos, rememoramos, evocamos, y re-significamos en cada acto de recordar. Somos capaces de re-identificarnos, de re-conocernos en y con los otros vulnerando la fragilidad de lo temporal.
Lyotard, Groys, Bachelard, Jameson (entre otros) abordan las nociones de tiempo y espacio que nos han hecho pensar en tanto humanidad como condición inherente vinculada a la experiencia. Frente a esto, en la mayoría de los casos, no hemos sido capaces más que de generar nuevos planteamientos profundizando la agonía de la creencia.
Al respecto, más que por intuición, en la actualidad nuestra vida se organiza dentro de parámetros que miden empíricamente las abstracciones más grandes vinculadas a nuestra existencia: Tiempo y espacio. Estas nociones son, sin embargo, construcciones sociales y culturales que normalizan nuestras actividades en marcos comunes que nos habilitan o deshabilitan en tanto sujeto. La capacidad del arte, en este contexto, es posiblemente la de generar un tiempo fuera del tiempo, un paréntesis que interrumpe la linealidad de su traza para generar una experiencia “otra” diferente a la cotidiana. En este sentido, la experiencia de lo cotidiano es superada por la experiencia sensible que provoca el acto de recordar. Dos fronteras son franqueadas, la del tiempo y la del espacio en tanto que la yuxtaposición de lo temporal irrumpe en espacialidades múltiples como zonas liminales de las enunciaciones.
El espacio es entendido como una noción abstracta vinculada al espacio temporal. Una doble abstracción capaz de contener la experiencia y el relato, de articular los mecanismos de las memorias y de trasgredir el orden medible de lo intangible para convertirse en espacio por excelencia de la experiencia humana que se transfigura a través del acto de la evocación, de la enunciación desde un aquí y ahora de la experiencia acontecida.
Las sillas en tanto objetos vinculados a los espacios y los cuerpos, en este caso, trasgreden el orden material, por tanto, traspasan las fronteras del espacio físico y se vuelven en objetos índices de la articulación del pensamiento. El objeto es observado, no vivido ni habitado. En todo caso es habitado desde el acto de recordar, re-habitado por el acto de reconocimiento en vinculación al sujeto y la experiencia contenida en él.
En este sentido, las materialidades que emergen a partir de nuestras existencias dan cuenta del tiempo, de los tiempos, de todos los tiempos en sus dimensiones múltiples y complejas. Tiempos particulares que generan nodos de experiencia al conectarse con otros. Tiempos que configuran el espacio, pero que a su vez es reconfigurado por los espacios y la experiencia.
Desde una estética relacional[1] el proyecto permite que estos pensamientos comiencen a compartirse y evidenciarse en tanto se manifiesta el orden no natural del valor, del tiempo lineal y de los espacios significativos de habitar el mundo. En la propuesta las sillas, lejos de construirse como meros objetos funcionales, son vueltos a mirar con la intencionalidad específica de narrar, de evocar la memoria y de significar. En este sentido, “la obra se presenta ahora como una duración por experimentar…Una de las virtualidades de la imagen es su poder de reunión…” (Bourriaud, 2008:14).
Este proyecto, permite, además rescatar el orden simbólico que nos vincula en tanto humanidad y condición de ser. En ninguna de las respuestas se enuncia el valor financiero del objeto. En los breves relatos que acompañan la imagen la vinculación con el objeto es afectiva, sea desde una experiencia personal o desde una experiencia extendida hacia o desde otro narrado a partir del mismo.
El valor emerge vinculado a la experiencia, es sin lugar a dudas uno de los elementos que forma parte de los puntos de referencia ya abordados. El valor asignado, entonces, es la construcción subjetiva de la propia experiencia vivida entre el sujeto y el objeto, y es en este sentido desde puede pensarse la cuestión de lo colectivo en tanto elemento compartido más allá de la condición material del mismo.
Llegados a este punto se podría afirmar que somos seres objetuales. Somos y dependemos (aunque lo neguemos) de los objetos. Por alguna razón establecemos filiaciones con el mundo objetual y no solamente narramos a partir o con el objeto, sino que somos narrados a partir de ellos. Una construcción dialógica que nos posibilita la existencia. Los objetos contienen el mito fundacional de las acciones de la memoria, se constituyen también como elementos rituales a partir de los cuales nuestras acciones significan tanto para nosotros como para ese otro que participa de esa fiesta humana del ritual. Reconfiguran el entorno, y nuestra percepción de él, y por si fuera poco son en sí mismos depositarios de memorias múltiples que se narran como experiencia acontecida a partir de la propia percepción, de la propia vivencia en relación a él.
Referencias
Bachelard, Gastón (2000). Poética del espacio. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, Argentina.
Bourriaud, Nicolas (2008). Estética relacional. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, Argentina.
Broncano, Fernando (2008). In media res: cultura material y artefactos en ArtefaCToS, Vol.1, n.°1, 18-32.
Groys, Boris (2018). Volverse público: las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Caja Negra. Buenos Aires, Argentina.
Jameson, Fredric (2012). Posmodernismo: La lógica del capital avanzado. La marca editora. Buenos Aires, Argentina.
Lyotard, Jean Francois (1998). Lo inhumano: Charlas sobre el tiempo. Ediciones Manantial. Buenos Aires, Argentina.
[1] Nicolás Bourriaud (2008) define al arte relacional como un arte que tomaría como horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social (Pg.13)