“Estoy interesado en ver hasta qué punto la gente piensa que es normal, o incluso trivial, estar vivo.”
Olivier de Sagazan
El camino que recorre Olivier de Sagazan para descubrir lo que significa estar vivo es perturbador, pero honesto hasta las vísceras. La belleza que descubre en su Transfiguration es la de aquél que se atreve a volver a la corporalidad y desmembrarla. La eficacia de su performatividad, en el concepto de Araiza y Kindl[1], radica en que arranca al espectador del nicho de calma y comodidad. Angustia, inquietud y sinsabor se mezclan en la recepción del observador estático.
Lo que conmueve en esta obra es descubrir la realidad de la vida. La “larga pesadilla de sufrimiento sin sentido” que describe Woody Allen en Zeling[2], se transfigura ante los ojos: la existencia convierte al ser en animal sin rostro, lacera toda esperanza y no queda más que una masa informe de lo que fue. Así es vivir. Olivier de Sagazan intenta encontrar el por qué.
La obra consiste en un hibrido entre escultura, fotografía, pintura y performance, donde el artista replantea su propia figura poniendo diversas formas de arcilla y pintura sobre su cuerpo. Se vislumbra además una veta poética en esta obra por los matices existenciales que propone, debido a ello se realizará en el presente trabajo el paralelismo de Sagazan con propuestas literarias. En este orden de ideas, se debe aclarar que el texto en Sagazan no es aquel de clima templado ni caminos labrados, sino el del miasma de Girondo o los cuerpos descompuestos de Baudelaire. Así, evoca los versos de Girondo:
A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la actitud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.[3]
En el acto, Sagazan cuestiona el deber de la vida en comunidad. Ese hombre bien vestido, aparentemente tranquilo que empieza la obra, se destroza para dejar en evidencia la máscara y preguntarse sobre arte, belleza, religión, tradiciones y rituales. Y sólo en esta condición respira. Transfigurarse, cambiar de forma, mutar, hacer la materia de modo distinto. Pero trans, también indica “del otro lado”; atravesar el ser para convertirse en Otro. Así, Sagazan propone el arte de Ser Otro. Ya enunciaba Arthur Rimbaud, el poeta que también proclamaba: Je suis un autre, que para llegar a la sabiduría hay que serlo todo, transmutarse y transgredir la forma: Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no guardar más que sus quintaescencias, inefable tortura para la que necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana, en la que se llega a ser, entre todos, el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito, – ¡y el supremo Sabio!- ¡Porque llega a lo desconocido! ¡Dado que ha cultivado su alma, ya rica, más que ninguno! Llega a lo desconocido, y aunque, enloquecido, terminase perdiendo la inteligencia de sus visiones ¡Las ha visto! Que reviente en un salto por las cosas inauditas e innombrables: vendrán otros horribles trabajadores; ¡empezarán por los horizontes en los que el otro sucumbió![4]
Transfiguration, es un acto cargado de significado que sacude para mostrar cómo la idea dominante sobre la belleza es una droga; una sustancia adictiva. La adicción por imágenes “bonitas”, felices, seres vivos en los empaques de comida rápida y comensales que ignoran la matanza. La representación de la opulencia en la publicidad obliga a dejar de ver al hambriento y al desamparado. El horror sigue ahí. De aquí que la obra de Sagazan adquiera agencia, es decir, se convierte en un poderoso contradiscurso de la cultura.
Adversus, cuya primera manifestación se da en el cuerpo. El cuerpo contenedor, recipiente que alberga la vida de los órganos vitales, la sangre y las vísceras, pero también la existencia oscura de las emociones y pensamientos.[5] En este escenario, aquel depósito que se derrama o pierde su forma es el del monstruo: el caos de la subjetividad queda expuesto. Pero Sagazan únicamente conoce el camino de reventar el cuerpo. En palabras de Girondo:
Cúbrete el rostro
y llora…
pero no te contengas.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
ante esta paranoica estupidez macabra,
sobre este delirante cretinismo estentóreo
y esta senil orgía de egoísmo prostático:
lacios coágulos de asco,
macerada impotencia,
rancios jugos de hastío,
trozos de amarga espera…
horas entrecortadas por relinchos de angustia.[6]
Así, Sagazan acierta en traducir a través del cuerpo, pues no existe un sentido que no se encuentre corporizado.[7] Siguiendo el análisis de Patricia Tovar[8], de la triangulación inversa, la obra que ahora nos ocupa contiene una metáfora sobre estar-en-el-mundo, lanza una provocación a lo largo de una horizontalidad inmanente y transforma la experiencia del sentido. Para Ricœur la metáfora tiene tres principales características: la anfibología de dos términos que se transponen, la transgresión del orden lógico y la creación de lenguaje.[9] La novedad del mensaje de Sagazan es una invitación a crear nuevos sentidos para Ser o Ser Otro; para descubrir qué contienen los humanos:
La más triste
de las tristezas
se empoza en mi alma
-si es que alma
tenemos los humanos-.
cuando pasa frente a mi
un toro lanceteado
lleno de dardos
sangrando
derruido en su dignidad[10]
¿En verdad tienen alma los humanos? La brutalidad de algunas de sus tradiciones anuncia lo contrario. La falta de piedad contra los animales es abrumadora ¿Es necesario destruir para crear sentido de lo cotidiano? Quizá Artaud tenía razón y,
Allí donde huele a mierda
huele a ser.
El hombre hubiera podido muy bien no cagar,
no abrir el bolsillo anal,
pero eligió cagar
como hubiera elegido vivir
en vez de aceptar vivir muerto.[11]
Sagazan no destruye más que a la propia identidad para decir, de una vez por todas, que hay que reinventarse para asumir el horror de uno mismo, y abortar la necesidad de lacerar y destruir lo ajeno. Encarnar una obra de arte, arrancar la cáscara hasta los huesos para ver lo que nadie más ha visto. Excavar la arcilla de sus venas para drenar una multitud de sentidos descomunal.
La obra es un rito lleno de símbolos encarnados que desembocan en la pregunta del por qué estar vivo. Al final, Transfiguration es una invitación a arañar la inmovilidad, antes de caer en la pesadez e hincarse en el vacío. Cuestionar. No dar por sentado lo que es estar vivo. Escupe directo al espectador para también transfigurarlo, que no vuelva a ser la misma persona. Grita como Girondo, para mostrar que es posible ser, más allá del dios del sentido cotidiano.
[1] Araiza, E. y Kindl, O. (2015). Performance y antropología del arte. Diario de campo. (6-7), pp. 32-41.
[2] Allen, W. (1983). Zelig [DVD]. Estados Unidos.
[3] Girondo, O. (2012). Obra. Poesía y prosa. Argentina: Losada.
[4] Rimbaud, A. (2016). Obra completa bilingüe. España: Atlanta.
[5] Lupton, D. (1998). The emotional self. London: SAGE.
[6] Girondo, O. (2012). Obra. Poesía y prosa. Argentina: Losada.
[7] Mora, C. (2017). La reconstrucción del sentido: la experiencia familiar ante una enfermedad degenerativa [Tesis doctoral]. Universidad Autónoma de Aguascalientes, México.
[8] Tovar, P. (2018). El triángulo invertido como parte del proceso interpretativo en la etnografía [Material de clase]. Retorno al proceso etnográfico y la interpretación, Laboratorio Transdiciplinario de Investigación y Reinvención, Ciudad de México, México.
[9] Ricœur, P. (2012). The rule of metaphor. Multidisciplinary studies of the creation of meaning in language. Canadá: University of Toronto press.
[10] De Ávila, J. (2012). Tordesillas. Suplemento Cultural La Catrina. 2(7), p.20
[11] Artaud, A. (2006). La búsqueda de la fecalidad. En Estrada, G. (Comp.). Versos puercos. México: Alforja. p.28-32