Kiyo Gutiérrez
El bosque de la Primavera, sostén de la ciudad de Guadalajara, se incendia cada año. Se trata de fuego provocado por el hombre. Quieren cambiar el uso de suelo, quieren ahogar al bosque con su hambre de concreto.
En el titular de una noticia leo: “El Bosque de la Primavera ha perdido más patrimonio ecológico en tres décadas que en 140 mil años”.
Visité La Primavera después de uno de esos incendios.
La encontré dura, oscura. Aún no amanecía. Todo estaba en silencio.
Los primeros rayos de sol comenzaron a asomarse. Dedos dorados. Los pájaros respondieron con cantos.
El sol seguía elevándose. Pero, la noche se aferraba al bosque.
Fue brutal la imagen que la luz develó: miles de seres de pie, petrificados, los habitantes del bosque quemados.
Podía oler las cenizas, el aire pesaba. Los pájaros continuaban con su canto. Rompí en llanto, por la resiliencia de la naturaleza, por la cercanía de la vida y la muerte, por descubrir(me) la especie villana, destructora.
A la Primavera se la está tragando la ciudad. Tentáculos de cemento la penetran. Máquinas la fragmentan, desmantelan sus colinas, máquinas hambrientas de sus entrañas.
Siempre quieren más.
Los pájaros cantan con mayor persistencia, se posan sobre las copas de los árboles. Algunos pocos, los más altos, han logrado conservar su verdor.
Acaricio el tronco de uno de ellos.
Los árboles se comunican por medio de impulsos eléctricos, también usan sus sentidos, como el olfato y el gusto.
Quiero sentirte bosque, sentir que estás vivo, sentir tu dolor. Pero no siento nada. La palma de mi mano se tiñe de negro.
Brotan retoños en la base de algunos matorrales chamuscados. Un verde vibrante que contrasta con la oscura ceniza. ¿será eso la esperanza?
Quemaron el bosque, pero sus raíces siguen vivas.
Entonces recogí tus cenizas, bosque. Hundí mis manos en los restos de tus órganos quemados. Respiré ese polvo fino que se elevaba, como danzando en el aire, cada vez que removía tu suelo.
Cenizas es una performance-ritual de culto a los bosques. Se trata de una experiencia audio- visual, que culmina en una ceremonia colectiva para recordar nuestros orígenes y digerir y limpiar la arrogancia antropocéntrica.
Después de probar cenizas del bosque, invité a la audiencia a unirse a la comunión. Esa noche, todas las personas presentes ingerimos a nuestros antepasados árboles y pronunciamos al unísono:
Revive tallo, revive rama, revive raíz Revive tallo, revive rama, revive raíz Revive tallo, revive rama, revive raíz
En la piel de los árboles está escrita la historia del bosque, escribe Verónica Gerber Bicecci en
Mudanzas.
Los árboles tienen memorias y sienten dolor, dice Peter Wohlleben en su texto The Hidden Life of trees.
La tribu Yanomami come las cenizas de sus muertos para regresar esa energía vital a la familia.
Ingerir cenizas del bosque es una manera de regresar al espíritu del bosque, al origen de toda experiencia. Es recordar que cada respiración es una íntima comunión entre nuestro cuerpo y las plantas que posibilitan nuestro existir. Probar al bosque, detona memorias antiguas que reactivan relaciones de cuidado y responsabilidad entre humanos y el mundo vegetal.
Esa noche, soñé con el bosque de la Primavera y con el canto de sus pájaros.