RESPIRO
DRA. PATRICIA TOVAR
La casa alberga parajes de nuestra vida íntima. Respira y “en sus mil alvéolos, el espacio conserva tiempo comprimido”[1]. La casa nos propone largas estancias en los espacios de nuestras soledades, cada habitación cobra una presencia, nos interroga, agita nuestros sueños, resuena y murmura.
En confinamiento, la casa se desgasta, se oxida, en el deambular, en el subir y bajar las estrechas escaleras, nos hace sudar, nos sofoca. Irrumpe un grito desesperado de alguien a la distancia imprecisa, no sabemos si lo hemos imaginado, pero el grito nos saca abruptamente, nos envía al umbral. Notamos ese límite y sentimos al adiestramiento como derrumbe. Nuestro cuerpo, la casa, la memoria que no quieren ser dóciles.
El temor, la prohibición y el consumo nos formatea, nos desingulariza. “La estandarización de las conductas, la destrucción de los saber vivir que permiten cultivar (la) singularidad, conducen a una pérdida de la individuación que a su vez es una pérdida de la sensación de existir”[2]. Las variadas y sutiles modalidades del confinamiento, muestran imágenes dolorosas de la violencia sistemática y a la vez nos hace sentir una fuerza vital capaz de resistir, de sobrevivir, tan solo en una habitación de una casa de acogida o en un departamento pequeño en medio del océano urbano. Respiro.
Hay que apartarse de la costumbre del miedo y apartarse de los condicionamientos. Cuando la fragilidad del pánico se hace más patente, la sociedad se torna súbitamente maleable. Por el contrario, hay que retornar ferozmente a nuestro cuerpo y al deseo, generar maneras de camuflaje, formas de nocturnidad, de agudización de los sentidos y oculto florecimiento, para no ser reconocidos por los dispositivos de vigilancia. Maneras de cuidar la propia vida, nuestra singularidad, una conciencia de nuestra unidad con lo vivo, una manera consciente de respirar.
“La casa es un cuerpo de imágenes que dan razones o ilusiones de estabilidad”[3]. La casa en el confinamiento, puede ser la imagen de la guarida, el lugar de resguardo, que nos separa y aísla del peligro. Hago entonces un refugio, una imagen sincera, agradable. Cuido, cultivo, contemplo, escucho. Navego en la simplicidad, redescubro objetos, construyo rincones, recreo sensaciones estimulantes. Respiro.
Respirar, esa leve y profunda acción que nos hace vivir, la acción de respirar hace posible la permanencia de la vida y genera la energía vital, pero a la vez produce desgaste, energéticamente vivir conduce al deterioro inevitable del cuerpo. Cada célula de todo el cuerpo respira.
Respiro la espiral de la incertidumbre…
[1] Bachelard, Gastón. La poética del espacio. FCE, México, 2000, p.38.
[2] Stiegler, Bernard. “El deseo singular”. Conversación con Jean-Christophe Planche. Les Cahiers du Channel #17, febrero 2005, p.2.
[3] Bachelard, Gastón. La poética del espacio. FCD, México, 2000, p.48.
[printfriendly]